domingo, 22 de julio de 2012

Cuando éramos libres

La inocencia ha caracterizado la parte más noble del ser humano y la ilusión, su imaginación. La huída siempre hacia adelante por las ganas de pasar página ha tamizado con relativa rapidez las injusticias, las incomprensiones y hasta la memoria.

No hacía mucho tiempo, inocentes e ilusos, pensábamos en que una de las decisiones quizás más lúcidas de ZP podría hacerse realidad duradera.

La existencia de unos medios de comunicación públicos donde primara más la profesionalidad que el control político se ha desvanecido como un castillo de naipes, una vez más.

Las ansias por conocer la verdad más próxima a la realidad, la subjetividad más objetiva posible, la neutralidad informativa, se han tornado en un engaño de los sentidos.

Ni el sentido del deber ni el de la devoción, ni el derecho a estar informados ni el de la veracidad de lo que nos cuentan, ni con prisma ni sin él. Todo se ha ido al garete en cuanto el poder, como suele estar acostumbrado en este país, ha entrado como elefante en la cacharrería de la rtve.



Nadie entiende, incluidos algunos propios, que reconocidos profesionales, no por nombres, sino por el resultado de lo que estaban poniendo a examen de telespectadores y radioyentes, cada día o fin de semana, hayan sido barridos de la escena.


Los cambios y recambios de los mangos de las sartenes, como aquí gusta, no son buenos para la sociedad ni para la profesión. Servicio y servilismo vuelven a la palestra como choque de trenes entre los intereses y los interesados.

Si nos queríamos parecer a otros países de Europa, en esto también nos han ayudado a poner los pies en el suelo... ¡o qué nos creíamos, pobres ilusos!

Quizás también forme parte de la respuesta del porqué estamos donde estamos.