María Luisa, pía de tradición familiar, buscaba cada día el consuelo de espítitu. Al poco tiempo quedó embarazada.
Nunca se supo. Desde que quedó en cinta la mujer no pisó la calle. Fue recluida en su casa, permanentemente vigilada por el ama de llaves, lejos de las miradas del resto del servicio doméstico. Adolf tenía siniestros planes para la criatura tras su nacimiento. Todo se desbarató cuando el padre natural, en un acto desesperado y casi suicida, allanó la gran morada accediendo por el patio hasta llegar a los aposentos de la parturienta. En la habitación sólo estaban el ama de llaves, con instrucciones precisas, la comadrona, la madre y el neonato. Hasta dos patios había que cruzar para llegar a las estancias del cabeza de familia y de sus acompañantes.
El hombre orondo entró por sorpresa y arrebató el bebé a la comadrona. Volvió sobre sus pasos y comenzó la huida en esa noche tormentosa mientras las mujeres daban la voz de alarma. Sabía que su suerte estaba echada, pero no la del recién nacido. Y sabía qué hacer. Cuando los secuaces de Adolf dieron con Secundino no tuvieron piedad. El sacristán eligió la muerte sin estar seguro de proteger su secreto.
Nunca se supo. Desde que quedó en cinta la mujer no pisó la calle. Fue recluida en su casa, permanentemente vigilada por el ama de llaves, lejos de las miradas del resto del servicio doméstico. Adolf tenía siniestros planes para la criatura tras su nacimiento. Todo se desbarató cuando el padre natural, en un acto desesperado y casi suicida, allanó la gran morada accediendo por el patio hasta llegar a los aposentos de la parturienta. En la habitación sólo estaban el ama de llaves, con instrucciones precisas, la comadrona, la madre y el neonato. Hasta dos patios había que cruzar para llegar a las estancias del cabeza de familia y de sus acompañantes.
El hombre orondo entró por sorpresa y arrebató el bebé a la comadrona. Volvió sobre sus pasos y comenzó la huida en esa noche tormentosa mientras las mujeres daban la voz de alarma. Sabía que su suerte estaba echada, pero no la del recién nacido. Y sabía qué hacer. Cuando los secuaces de Adolf dieron con Secundino no tuvieron piedad. El sacristán eligió la muerte sin estar seguro de proteger su secreto.
(Continuará...)
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