La mano de Don Enrique topó con un pie calzado en una sandalia. Cuando se sobrepuso a la terrible escena que estaba contemplando intentó sin suerte descolgar a Secundino. Tarea imposible por su avanzada edad, pese a que redobló esfuerzos por levantar al finado abrazando su cintura. El cura desistió ante lo imposible. El gesto dejó marcado en el pantalón del sacristán, mojado, la forma de algo que contenía su bolsillo. Don Enrique cogió con cuidado lo que había y bajó de la torre.
Suicidio, fue la versión oficial sobre la muerte de Secundino 'el sacristán'. Al poco tiempo, la gente volvió a ver a doña María Luisa, siempre acompañada por el ama de llaves, que acudía cada día a misa en Santa María. Decían que había superado unas fiebres africanas que le había contagiado un hermano de su marido, militar, en una visita hacía unos diez meses.
Joaquín no salía de su asombro. Aquel papel caído del diario de D. Enrique lo aclaraba todo. Los autores de la muerte de Secundino no repararon en, siquiera, registrarlo. Si lo hubieran hecho, Joaquín no estaría leyendo esas letras. Todo el mundo sabe que existen gitanos rubios.
Suicidio, fue la versión oficial sobre la muerte de Secundino 'el sacristán'. Al poco tiempo, la gente volvió a ver a doña María Luisa, siempre acompañada por el ama de llaves, que acudía cada día a misa en Santa María. Decían que había superado unas fiebres africanas que le había contagiado un hermano de su marido, militar, en una visita hacía unos diez meses.
Joaquín no salía de su asombro. Aquel papel caído del diario de D. Enrique lo aclaraba todo. Los autores de la muerte de Secundino no repararon en, siquiera, registrarlo. Si lo hubieran hecho, Joaquín no estaría leyendo esas letras. Todo el mundo sabe que existen gitanos rubios.
FIN
By ©mmperezcano
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