Desde el punto de vista del viandante de carretera secundaria, el sanluqueño está aislado respecto de Benacazón, salvo pena de la autoridad.
Sí, sí... ¿cómo salva un transeúnte el puente en su camino desde Sanlúcar hacia Benacazón o viceversa?
Una pregunta tan sencilla nunca ha tenido una respuesta tan compleja.
El asunto suena a cachondeo. El diseño de la vía bajo el puente no permite el paso de peatones. La estrechez del ojo, que antaño también sirvió a carretas y carretones, coches de caballos y caballistas, ciclistas y motoristas, excluye hoy al peatón, no por humildad circulatoria con menos derecho en la utilización de la red de vías públicas.
Es verdad que el paso para peatones brilla por su ausencia. Es verdad que no existe acerado ni arcén. Es verdad que los vehículos se ceden el paso en su tránsito por la peculiar estructura del puente y, es verdad, el usuario a pie de la vía corre un riesgo vinculado a su seguridad en ese punto.
Y si no se han percatado de esta situación, ya se encarga un agente de la autoridad, con competencias en tráfico, dispuesto a que se cumpla la normativa vial, con advertencias de sanciones monetarias a los sufridos peatones por tamaña falta... la de pasar a pie bajo el puente.
Quizás le falte el romanticismo de 'Los puentes de Madison' o la beligerancia de 'El puente sobre el río Kwai'. Ni siquiera recuerda a 'El puente sobre aguas turbulentas', pero deben de reconocer que la situación roza tanto el absurdo que bien podría cambiarse el nombre de nuestra infraestructura por el de 'Puente de los Hermanos Marx'.
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