jueves, 30 de mayo de 2024

LA FERIA DE SANLÚCAR LA MAYOR, UNA CRÓNICA DE LA VIDA DE AYER Y DE HOY

Los vecinos amantes de la feria la esperan con ansiedad. Casi todos los años es igual ante la proximidad de mayo. Sólo después de la pandemia el regusto inusitado de la veda al confinamiento despejó las dudas sobre las ganas de vivir en la calle casi cuatro días y medio. 



Este año ha durado un día más de lo habitual. Un festivo nacional y otro local que deja a San Eustaquio más desangelado aún, priva al santo patrón de su festividad y consagra al viernes como tercer día festivo de feria de 2024.



Con controversia o sin ella, la feria se hace más larga y costosa. El rociero sale y pisa el real según su costumbre habitual, que generalmente no es, ni mucho menos, poner el candado al recinto bien entrada la madrugada, como tiene grabada a sangre y fuego la chavalería.



El rociero se reserva. Su guerra es otra. En pocos días se fajará por el camino que le lleva a la aldea almonteña del Rocío. Por el camino llamado de Sevilla peregrinará con la hermandad salvando el tradicional Vado del Río Guadiamar por la finca El Quema y se adentrará en Villamanrique de la Condesa poco después de que la primera de las filiales haya abandonado el pueblo para participar en la romería.


El peregrino hará las paces con el polvo y la arena antes del Puente del Ajolí y se presentará en comitiva en la tarde del sábado ante la puerta principal de esta basílica menor. Por riguroso orden planta  Sanlúcar su carreta con el Simpecado ante el cariño paternal y la férrea firmeza de la Hermandad Matriz con la imagen de la Virgen al fondo.


Mientras que esos días llegan, el feriante ha vuelto a levantar el poblado efímero. Aunque los escritos ponen el punto de la historia, que sirvió de modelo a los impulsores de la de Sevilla, si no hubiera sido así, igual que le da.



Al final, el principio de la fiesta es el sombrajo donde se cerraba el trato de la compraventa de las bestias. Caballos, mulos y borricos, yeguas y potrillos cambiaban de dueños en torno a unas manos dadas, unos testigos y unos vasos de vino.


El campo de feria era un terreno donde se exponían los animales y se trataba sobre el ganado. Y algún que otro sombrajo que fue aumentando con el tiempo.  


Ahora, pasados los años, son de lona y se llaman casetas. Sirven para lo mismo que antiguamente, relaciones comerciales y familiares. Relaciones humanas en las que tienen cabida el ocio. Se come, se bebe, se convida y se paga de muy diversas maneras.



La feria de Sanlúcar tiene su calle del infierno. Se llama así por el ruido permanente que se produce en ese espacio destinado a artefactos y atracciones. Y las batallas entre los dueños de esos negocios para superar a la competencia con luces, sonidos, sirenas y música, dan un resultado estremecedor.



Antes no hacían tanto ruido ni abrumaban de la forma que lo hacen hoy. Las primeras calesitas ni siquiera tenían motor. Primero fue el empuje de la fuerza humana y después el uso de la manivela. De esta guisa se disfrutaba de la voladora, un carrusel con asientos sujetos por cuatro largas cadenas a la parte superior o techo, o los clásicos caballos subiendo y bajando mientras que giraba la atracción.


Los padres de las décadas de los años 60 y 70 del siglo pasado aún se echaban unas risas montando esos equinos, normalmente para despedirse de la feria hasta el año siguiente.


La evolución también es adaptación. En la Feria de Sanlúcar siguen sobreviviendo de manera ejemplar la tómbola -aunque desde hace años tiene potentes altavoces y secretario como reclamos-, el puesto de tiro pichón -después llamado de escopetillas de plomo-, hoy carabinas de aire comprimido adaptadas para disparar, únicamente, tapones de corcho. Y los patitos. Es el más rentable, sin duda. Hace las delicias de los más pequeños, es el alivio de los padres novatos y la desesperación de muchos abuelos.


El látigo fue atracción preferida de los abuelos de hoy y de los padres de los abuelos. Escaso margen de maniobra dejaba el régimen para rozar unas caderas como un inocente achuchón.


La tecnología ayudó a ligar de otra forma en la feria, pasados los años. En la gasolinera Sucasa, hoy San Eustaquio, frente a la veterana Venta Pazo, podía adquirirse cassettes del Junco, del Fary, de Arévalo y sus chistes. 


Luego volvían a escucharse en el recinto. Y a los  Romeros de la Puebla y Amigos de Ginés, Ecos del Rocío y el peculiar trovador de Sevilla, El Pali, Los Marismeños, Los del Río y su color especial y los Cantores aún con Pascual, Rafael del Estad, la Canastera, María del Monte y Aljarafe. Las sevillanas, sevillanas son. Lo mismo que todos son pero todos no están.


Pero los que están bailan. Lo hacen al compás de los sones de esos y otros artistas, a ritmo de palmas y cajas y, a veces, del rasgueo de las cuerdas de una guitarra. Estampas de trastiendas, vinos finos, manzanillas y rebujitos.


Tardes y noches de bohemia folclórica en familia, entre amigos y conocidos. La música hace de imán, incluso entre la desconocida multitud que se cita en un momento dado, de forma espontánea.


El poder de un psssschhh o quilloooo es inconmensurable durante los paseos por las calles del recinto ferial.


Han vuelto los puestos de dulces en las calles del Real. Y de chocolate y churros de rueda y de papas. También de buñuelos. De cartuchos de papas fritas sobre la marcha y de pescaíto frito los he echado este año de menos.


Tampoco he visto este año a los chinos vendiendo por las casetas diademas luminosas. Sií han estado las clásicas gitanas ofreciendo claveles o subsaharianos, principalmente, con sus tradicionales artículos de artesanía.


Ha sido una feria más tranquila, más pausada, más dilatada en el tiempo. Sin concurso de caballos, pero con exhibición. Alumbrada sin excesos y paseada de día, de tarde y de noche con suerte desigual en desiguales días.


La feria de Sanlúcar, que era de los pueblos de alrededor también, es ahora más de los sanluqueños. Los demás también tienen sus dignas fiestas y cada vez hay menos gente dispuesta a dejarse confundir por la noche. Menos aún si hay que conducir. Y la Guardia Civil, tampoco.



La feria ha sido cómoda y segura. La Policía Local y sus refuerzos se han sentido seguros, los voluntarios de Protección Civil, sanitarios y bomberos también.



Dentro de nada volverán las reuniones de casetas, las contrataciones de servicios de cocina y alimentación, las cuentas y las formas de pago la ornamentación, el recorrido oficial de autoridades en la inauguración,ñ -acto dedicado en 2024 a Solúcar Radio, por sus 40 años de servicio a la comunidad- los premios a las más bonitas… y siempre se echará en falta a alguien a quien se recordará con un brindis desde la nostalgia.