lunes, 23 de noviembre de 2020

OFICIO HONRADO

Lunes, 23 de noviembre de 2020

Una vez dejamos atrás lo que queremos ser. Por el camino hubo gente que sintió el momento de ser libre, cerró los ojos y murió tras la descarga de un pelotón de fusilamiento. La línea del frente, el valor, el miedo, la ternura, la huida, el horror, lo terrible de la guerra, la represión, la retaguardia, el amor, el calor, el desprecio por la vida que llega a sentir y a eliminar un ser humano. Manuel Chaves Nogales vuelve otra vez. Aquella luz de oficio honrado deslumbró a María Isabel Cintas y a su director de tesis, Rogelio Reyes, que lo quería como literato. Y a mí, un día nublado sentado en mi coche frente a la cerrada comisaría de la Gavidia, de la hoy Policía Nacional, en Sevilla. Mientras esperaba en ese lugar de cita, un inmenso lienzo se hizo visible de pronto en su fachada:

Manuel Chaves Nogales (Sevilla, 1897 – Londres, 1944), La Ciudad:

"Una plaza se abre ante vosotros con tales caracteres, tal orden de edificaciones, que cuanto elaborábais sobre visiones anteriores queda deshecho inevitablemente; estudiáis esa plaza, esa calle, esa casa y no tardáis en encontrar otra razón espiritual de su existencia; os entregáis a esta última impresión y vais desmenuzándola, cuando una nueva sorpresa anula la anterior; por eso se ha llamado a Sevilla la ciudad misteriosa e indefinible"

"Cada esquina que doblemos, es una nueva ciudad; si no fuera una generalización en exceso deficiente, hablaríamos de España en Sevilla; no de la España actual, sino de una España redimida del tiempo, en la que los siglos se detienen o se precipitan. Cada ladrillo, cada hierro de forja, cada sillar, tiene una vida propia, una significación independiente, y, a veces, adversaria de la significación que la disciplina ciudadana le otorga, hasta humanizarse, dotarse de vida propia. Esta penitud espiritual, conseguida después de muchos siglos, hace que nuestra ciudad sea sabia y eminentemente sobria".


Hubo un tiempo en el que llegué a buscar el mismo emplazamiento ante similar situación de espera para contemplar el lienzo, una y otra vez, y leer La Ciudad. Una ciudad real que se fue desvaneciendo con el paso inexorable de lo que nunca vuelve, aparentemente.

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